Estoy parado mientras espero, y veo que va llegando gente que seguramente se embarcará en alguna de las dos aeronaves que en la pista se ven. Una es de SACO (Sociedad Aérea Colombiana) y la otra de SCADTA (Sociedad Colombo Alemana de Transportes Aéreos). En la primera viajará Gardel al mando del primer piloto, el número uno de la aviación colombiana, Ernesto Samper. El del otro avión será el alemán Ulrich Thom, que dicen que es miembro del Partido Nacional Socialista en su país. Para todos es conocida la rivalidad entre estas empresas, y hay quien rumorea que los dos pilotos no hace mucho se retaron a duelo, y que el alemán alcanzó a herir a Samper en un brazo. Cuando veo a un hombre más bien gordo, morocho y engominado rodeado de un séquito. Mi primera impresión es la de un grupo de mafiosos sicilianos. Pero no, porque Gardel me distingue y se me acerca, como si hubiera distinguido en mí al periodista uruguayo que lo va a entrevistar. Mientras se va acercando, sus compañeros se quedan conversando pero sin perder de vista al artista. Creo que tiemblo cuando veo aquella masa de hombre y una voz que me dice: ”Sólo tiene unos minutos para preguntar. Así que empiece nomás hermano”. Saco la grabadora y él me mira entre desconfiado y cachador, pero su seguridad es tal que no comenta nada. Como no hay mesas ni sillas nos quedamos los dos parados, y yo sosteniendo el grabador en una mano. Lo enciendo y le pregunto:
¿Don Carlos, usted es uruguayo?
¿Pero, es usted uruguayo?
¿Pero nació usted allí?
¿Es entonces usted francés?
El pibe Piazzolla dice que usted habla como
un uruguayo…
¿Sus amores, señor Gardel?
¿Por qué?
La última don Carlos. ¿Por qué su enemistad con
Razzano?
Lo veo irse y ya encaminarse al avión. Me quedo para mirar su despegue. Encienden los motores y comienza a deslizarse por la pista. Miro mi Seiko y son las 15 y 16 del 24 de junio. Cuando ya ha recorrido el avión unos doscientos metros, de repente hace un giro de 30 grados y se va contra el otro. Doy vuelta la cara y no quiero mirar, solamente oigo la explosión. Gritos y gente que corre, y pasajeros que saltan por las ventanas en llamas del avión. Una tea viviente se me acerca, se tira al suelo y rueda. Lo trato de ayudar tirándole agua con un balde que encuentro a mi lado. Me mira desesperado, mientras su cara quemada busca el contacto con el agua derramada en el suelo. Unos enfermeros lo recogen y se lo llevan en una ambulancia. Cuando por un instante me mira, sólo ahí reconozco a mi entrevistado. Me quedo unos días más en Medellín para saber que fue de él. Busco y pregunto, y nadie lo vio. Excepto yo.
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